domingo, septiembre 02, 2012


 Gregory
Apenas despertaba la década de los 40’s, del siglo pasado, cuando el niño Gregorio Salas Aguirre, sembraba maíz y frijol en el campo de Villa Matamoros, al sur de Chihuahua, no muy lejos de Parral, donde en 1923, llenaron de plomo a Francisco Villa.
El chiquillo, se distraía de la labor, para observar los vehículos, entre ellos los autobuses de pasajeros, que transitaban por la carretera Panamericana. Más atención destinaba al paso del tren que iba de Ciudad Juárez a Rosario, Durango.
Un día, sentado en el surco, anidó en su cuerpo el instinto de viajero. De aventurero. Decidió que no se iba a quedar mucho tiempo en el rancho, sembrando atrás de los troncos (así llamaban al arado jalado por mulas) y se dijo: «Voy a viajar mucho». No sabía cómo, pero estaba decidido.
En 1947, a los catorce años, con sólo estudios de primaria, se presentó la oportunidad de dejar su pueblo natal. Su tío, el coronel José Silva (el grado de coronel lo obtuvo durante la Revolución Mexicana), dueño de la Peluquería Silva, con baños públicos anexos, en Gómez Palacio, Durango, decidió que aquel niño y sus hermanos, merecían una oportunidad mejor. Seguirían estudiando y los enseñaría a cortar el pelo. Los haría peluqueros.
Gregorio se inició de «bolero». Siempre trató de ser el mejor bolero. Tenía dos amigos sin problemas de dinero que le ayudaban con las boleadas. Se cobraban a treinta centavos. A sus amigos, les daba diez centavos por cada una. «Teníamos ahí una empresita. Ellos eran de dinero, pero les gustaba mi amistad. Cuando boleaba a un señor que tenía una maderería, me decía: “Sé que tu no eres poco tonto”. Me volaba —sonríe—, pero pues que me doy cuenta que me decía que era tonto.»
Tras algunas lecciones de su maestro, se animó a poner en práctica los conocimientos de aspirante a fígaro. Decidió pagar algunos centavos a chamacos del barrio, para que se dejaran cortar el pelo. En sus cabezas adquirió experiencia. Se convirtió en buen barbero, en los rostros que le prestaron algunos valientes. Del sillón de «la boleada», saltaba al del corte de pelo. Pronto tuvo sus clientes. Rodolfo Guzmán, el Director del Siglo de Torreón, sólo aceptaba que tres personas le rasuraran: El coronel José Silva, Gregorio y Apolonio Salas Aguirre.
Cuando estuvo de aprendiz, nunca trasquiló a nadie ni cortó a nadie al momento de rasurar. Considerándose un profesional, hizo una pequeña cortada a un cliente, al momento de rasurarlo. «Entonces comprendí que todo era cuestión de tener mucho cuidado.»
Después de un año de aprendizaje, a fin de sumar experiencia, se fue a trabajar a la colonia Santa Rosa, con Venancio Díaz, un amigo de su tío. El éxito fue inmediato. Tuvo mucho trabajo.
El arado, las semillas para la siembra y los surcos, eran parte de los recuerdos inolvidables. Ahora en sus manos tenía unas tijeras para cortar cabello, una navaja para rasurar, que dejaban satisfechos a los clientes.
Al tiempo, se reintegró a la Peluquería Silva, que se mantenía como un negocio próspero, ubicado en una esquina del mercado José Ramón Valdez. Ahí estaban sus hermanos Apolonio y Octavio, convertidos también en peluqueros.
Los viajes empezaron. De cuando en cuando, al igual que alguno de sus hermanos, se iba a Ciudad Juárez y, regresaba. «Me fui dos veces a México y volví. Eh». La clientela se incrementó. Era 1948. Acudía el jefe de la policía y sus guardaespaldas. Locutores, periodistas, banqueros, maestros, diputados, empresarios… «El tipo de clientela que, décadas más tarde, tendríamos en Mexicali…»

Aunque no lo sabía aún, Baja California sería su destino. El lugar donde alcanzaría nuevos éxitos profesionales. Donde disfrutaría a su familia. Donde perdería seres queridos, entre ellos a un hijo, a su segunda esposa y a su hermano Apolonio. Donde se enteró de la muerte del coronel Silva, su maestro y tío por estar casado con una hermana de su madre Leonor Aguirre Silva. Donde el alcoholismo lo atrapó hasta sentirse basura en un río fangoso. Donde el nombre de Gregory se consolidaría. Se escucharía en la radio y se leería en los medios de comunicación impresos. Donde a sus setenta y nueve años se mantiene activo convertido en un estilista de renombre. Donde varios de sus clientes por años, se fueron a viajar por el universo y, no los olvida.

En 1953, de Gómez Palacio, viajó al Distrito Federal «a probar suerte», con resultados satisfactorios. Trabajó con Jesús Ruiz, en el Salón Blanco, ubicado en la calle Honduras 6 G. «Hasta ahí llegaban los puestos de La Lagunilla, en aquellos días. Cerca de ahí, estaban El Guitarrón, Garibaldi, El Callejón de la Amargura…»
Conoció a artistas, porque estaba cerca el Teatro Follies. A gente relacionada con el poder público. No se olvida de Primitivo Barragán, guardaespaldas del Presidente de México Adolfo Ruiz Cortines. Conoció historias que hasta la fecha le parecen increíbles. «En aquellos años, se hablaba de que por ahí andaba un “borrachito acabado”. Era un español. Decían que era un buen compositor, que vendía sus canciones a diez pesos y, quienes las comprobaban decían que eran de ellos. Me aseguraron que era el verdadero compositor de Granada. Eso me aseguraron.»
Aplastado por la nostalgia, con el corazón hecho añicos por un desamor, a los tres años se regresó a Gómez Palacio. El deseo de ver a su madre, era inmenso. Los familiares contarían que se acudió a brujos para que Gregorio regresara a casa y, dio resultado.

Fue en el mismo Gómez Palacio donde «nació» Gregory. Sucedió en la época en que rentó una peluquería que también tenía baños. El negocio prosperaba. Se tenía un buen ambiente. Gregorio era una persona muy conocida. Cuando los chamacos pasaban por el negocio, le gritaban: «¡Goyooooo!» Entonces se le ocurrió una idea.
— Ven para acá —le dijo a uno de ellos.
— Mira, te voy a dar veinte centavos si cuando pasas me gritas «¡Gregory!»
Y así lo hizo con varios chamacos. Los clientes escuchaban aquel saludo y, algunos clientes empezaron a llamarlo «Gregory». Más no todos. Entonces adoptó otro plan con los amigos que acudían a solicitar sus servicios, para que le llamaran igual.
Llegaban:
— «Goyo», córtame el pelo.
— No. «Goyo», no. Dime: Gregory, córtame el cabello. Si no me dices Gregory, no te lo voy a cortar.
Al que no atendía su petición, no le cortaba el cabello. Se sentaba en el sillón a se ponía leer el periódico. Entonces los clientes amigos empezaron a decirle: «Gregory, córtame el pelo».
Poco a poco, Gregorio y «Goyo», pasaron al olvido. Gregory nació para quedarse.

En el presente. Bajo de estatura, delgado, de frente amplia, siempre peinado con estilo, buscando que su cabellera parezca tupida y abultada, al hablar de esos recuerdos, entre su barba se pierde la sonrisa que, en ocasiones, se transforma en ligera carcajada, que le obliga a cerrar sus ojos, hasta convertirlos en pequeñas rendijas.
El privado que utiliza para atender a su clientela, es un espacio reducido, aprovechado al máximo. Cuenta con un lugar para lavar el pelo, en medio de dos muebles. Uno que siempre permanece cerrado, otro, en el que guarda sus utensilios y quedan a la vista de sus clientes. También hay un televisor sobre uno de los muebles, en el que en ocasiones la imagen en la pantalla no es muy clara, a pesar de que mueve y mueve la «antena de conejo», que perdió la rectitud en sus líneas metálicas y ahora lucen un poco chuecas en sus extremos. En las paredes cuelgan fotografías que los años idos las convirtieron en más que especiales. De compañeros de trabajo. De familiares. También un retrato de Marilyn Monroe, a color. Un calendario que hace las veces de agenda. Un retrato de su madre a la que de cuando en cuando, le reza y, por andar «muy apretado» de dinero, le pide que le haga el milagro. Y se lo hace ganando algún premio en los sorteos de la Lotería Nacional. Sobre todo en el «Tris», en el que maneja una serie de combinaciones de números inventadas por él.
El cubículo especial, se le ocurrió cuando empezó a peinar a personas que les hacía permanente. A quienes usaban tintes. Consideró que se requería estar en privado. Que, desde afuera, no vieran al cliente. Con mayor razón al peinar a personas con pelo escaso.
Cuando atiende a un cliente, la puerta que comunica al resto de la estética, donde hay varios sillones y otro privado, permanece cerrada. En ocasiones se escucha un grito: «¡Gregory, teléfono!» Y Gregory escucha la voz que brota del auricular. Propone una hora y, al ser aceptada por el cliente, hace una anotación en su calendario — agenda.

Otro día muy lejano, sentado junto a la puerta de la peluquería, en aquella ciudad de Durango, se quedó muy pensativo. «Ahora sí voy a buscarme una muchacha para asilenciarme. Para casarme.» No batalló mucho, porque se casó con Teresa Machado, quien le dio un par de hijos: Juan Carlos y Roberto. «Era una mujer tal y como la había imaginado.» Sin embargo, a los dos años se separaron.
Entonces se regresó al Distrito Federal a sacudirse la tristeza. Pensando en que la distancia sería el olvido. Dos años fueron suficientes para recuperar el ánimo. Y regresó una vez más a Gómez Palacio con el propósito de saludar a la familia y convencer a Teresa Machado de que se fueran a vivir a Ciudad Juárez. Alguien le insistió que mejor viajara a Mexicali, Baja California, donde desde hacía tres o cuatro años, se encontraba Apolonio —más conocido por «Polo»—. «Le va bien. Trabaja en una peluquería», le aseguraron. Le pidió a Teresa que lo siguiera y, se negó.
La sorpresa que se llevó en el Mexicali de finales de 1964, fue desesperante. No había trabajo para un peluquero más. Otro poco y pisa sus ánimos, porque los traía por los suelos. No se rindió. Era un aventurero en busca del éxito en su trabajo. Se fue a Caborca, Sonora, por no más de seis meses, porque entonces le hablaron de que en Tijuana encontraría su futuro.
De paso por Mexicali, buscó en espacio en la peluquería Ritz. Le encargó al dueño, Luciano Trejo, que cuando tuviera una vacante, le avisara a su hermano «Polo» y, se vendría de donde estuviera. Le gustó el tipo de clientela que tenía el negocio. Le gustó el ambiente de Mexicali para vivir. Permaneció dos años en Tijuana, a donde llegó en 1965. Trabajó en la Peluquería Rex. «Por la Cuarta. La estaban restaurando. Ahí trabajé con Pantaleón… no recuerdo su apellido… un señor de León, Guanajuato.» Luego se fue a la calle Segunda, donde rentaban los sillones. Estando ahí, un día sonó el timbre del teléfono. Era «Polo», para informarle que había una vacante con Luciano Trejo. En cuanto terminó de atender al cliente que estaba en el sillón, salió para no regresar. Preparó lo necesario y se trasladó a Mexicali.
   
Habló de su vida sin prisa. Apenas moviendo su cuerpo. Con voz tranquila. Bajo el volumen.
— Tijuana no me gustaba… Nunca me gustó para vivir.
— ¿Por qué no le gustaba?
— De por sí me la llevé toda la vida tomando y luego ahí, todo a la mano, me estaba echando a perder, más de lo que estaba. Preferí venirme a Mexicali.

En ese tiempo, Gregory empezó a formar otra familia. Ahora con Rosario Rodríguez Hernández. Le dio tres hijos: Eduardo, Julio César y Claudia. «Me dejó tres hijos. Me dio una familia maravillosa. Dios me bendijo con esa familia maravillosa. Todos realizados.» Aparte de tener con ella a sus hijos, Rosario jugó un papel muy importante para rescatarlo de aquel río fangoso a donde lo había arrojado el alcoholismo.
Un día, regresó a Tijuana a visitar a «El Tigre», un buen amigo. Estaba en la Estética Las Californias y le llamó la atención cómo peinaba. Detectó ahí «un algo» que había visto en la revista Jueves de Excelsior, en la que se escribió de un estilista que ganó un concurso en Europa. Entonces decidió aprender todo lo relacionado con tintes y peinados para caballero.
Antes de iniciar esa etapa de aprendizaje, el señor José Encarnación Kabande (+), le hizo saber que en el Hotel Lucerna, del cual era el propietario, se construía un espacio nuevo. Les ofreció la concesión de la peluquería a Jesús Caballero y a Gregory. «Todavía no sabíamos nada de estética». A su regreso de su breve estancia en Tijuana, se abrió en el hotel la Estética Lucerna. «Fuimos los primeros en trabajar una estética para caballeros. Había otra persona que hacía lo mismo, pero enfocado a las damas.»
Desde que el negocio abrió sus puertas,  fue conocido por Gregory. Ahí empezó a aplicar sus nuevos conocimientos en peinados. Al poco tiempo llegaron los clientes fijos: el ingeniero Ernesto Soberanes García (+), Arturo González Vega (+), Mario Tonella, Salvador Hirales Barrera (+). «Había una coincidencia, la mayoría de ellos, eran personas que tenían una relación familiar con Cristina “Titina” Eguia Tonella (+). “Titina” escribió de mí en La Voz de la Frontera. Me sentí muy contento porque se refería a mi trabajo. También Carlos Estrada Charles, que tenía una revista, me publicó algo. Con el tiempo, Bermudez (Augusto Hernández Bermudez +), fue mi cliente en la Señorial Sol. En su programa el se refería a mí como “El Gran Gregory”. Todos mis clientes me conocían por Gregory. El nombre que nació en Gómez Palacio, se fortaleció en Mexicali, en la Estética Lucerna.
»Esa fue la primera estética, hace treinta y ocho o treinta y nueve años. Ahora hay muchas.»

Después de la Estética Lucerna, Gregory se asoció con Manuel Becerra en La Señorial Sol. Luego formó sociedad con «Polo», en otra señorial. Más tarde, vendería su parte en La señorial Sol. Fundó otro negocio en uno de los pasajes del Centro Cívico de Mexicali, el cual vendería para regresar con «Polo» a La Señorial, en la avenida Justo Sierra y Costa Rica. Entre regresos al hotel Lucerna (una de ellas asociado con Aurelia Mejía Mejía), compras, ventas y uniones de señoriales, llegó al Centro Comercial Gigante —Ahora Soriana—, con la Estética Señorial Gigante.
En la década de los 70’s del siglo pasado, cuando Gregory y «Polo», estaban en la Señorial Sol, recibieron la noticia de que el coronel José Silva, falleció casi a los noventa años. «Hijo de la mañana, fue una mala noticia. Nos dolió mucho.»
Su tío y maestro, envejeció. Y, cuando se sintió viejo y consideró que no podía trabajar como el oficio requería, se retiró y le cedió la Peluquería Silva, a otro de sus alumnos, a su sobrino Octavio Salas Aguirre.
Un día que llovió, salió de su casa y se cubrió con un periódico para no mojarse la cabeza. Al bajarse de la banqueta, no vio un automóvil que circulaba por la calle, lo atropelló y murió.
   
— Le doy gracias a Dios por la vida que llevé tan… es que en la tomada... Porque me volví alcohólico.
— ¿Cuándo se inicia esa etapa?
— ¿La etapa del alcoholismo? Se inicia a los treinta y siete años. Faltaban dos años para que estuviera aquí en Mexicali, en el Lucerna precisamente.
»Las tres últimas borracheras fueron muy duras. Casi me muero. En dos ocasiones duré ocho días tomado. Era durísimo volver a trabajar después de la cruda que me pegaba. Eran crudas de muerte. Es una enfermedad en la que el cuerpo domina a la mente. Uno sabe que se hace daño, pero se ocupa el alcohol para seguir. Llegué a tocar un fondo muy lastimoso, en el que Rosario, la mamá de mis hijos, me ayudó mucho para salir.
»Era lastimoso por las crudas. Con los hijos chiquitos. Eduardo tenía cinco años; Claudia chiquita y sin tener dinero para llevarles de comer. Allá en Tijuana tenía que pedir la peseta, un peso para comprar una pachita y poder tomar. Llegué a quedarme tirado en las calles. Estuvo de muerte mi alcoholismo.
»La última vez fueron nueve días. Hijo de la mañana. Un buen día llegó mi hermano Benito y me dijo que me invitaba a Alcohólicos Anónimos. Le hice caso. Me dejó un libro que le decía el Libro Rojo. Ahí venía todo. Desde cómo se formó, porque el alcoholismo no respeta. Agarra de todo. Es como la muerte, agarra ingenieros, abogados, escritores. Ahí me enteré que una escritora, que un director de cine, que Bill W. y Bob S. inventaron AA. Descubrieron que conversando entre ellos, disminuía el deseo de tomar.
»Soy un testimonio. Un ejemplo viviente de los resultados de AA. Considero que volví a nacer, un 2 de marzo. A los treinta y ocho años de edad. Abrí los ojos y luego empecé con los negocios de las estéticas, porque traía esa idea, que podía hacer mucho. Lo hice apresurado. Me decían que lo hiciera paso a paso. Se me abrieron las puertas, todo mundo me prestaba, me volví loquito. A los cinco años de haber triunfado, tuve una recaída en el alcoholismo. Muy dura. Me recuperé pronto. Entonces volví a empezar a trabajar. Fue un tiempo corto. Tres o cuatro meses. Eso sí, mis negocios llenos de clientela.
»Uno nunca experimenta en cabeza ajena. Aunque le den consejos, uno no los agarra. Ahora era para que estuviera bien económicamente, pero no aproveché. Siempre tuvimos llenos los negocios, hasta que llegó la crisis.
»Les digo que la cruda moral, la económica y la física, jamás me la voy a quitar. Porque es imposible. Empecé a trabajar como debe de ser, a los treinta y ocho años.
»Luego el dinero que me habían prestado los bancos, pues a pagar. Fueron cinco años para salir adelante.
»De milagro estoy vivito y coleando.»
— ¿Cómo le ayudó su esposa Rosario cuando estaba con el alcoholismo?
— Comparo que era un río fangoso, yo una basura que iba en ese río y ella me rescató. Me ayudó mucho porque ella fue a los grupos de AA para ayudarme. Al dejar uno de tomar, de repente se hace uno corajudo. Cuando llegaba a la casa y los niños me enseñaban los libros de la escuela o la tarea, yo los corría enojado. «Sáquense, no me estén dando lata.». Entonces ella se acercaba con un trapo limpiando la mesa, me decía: «No les hables así. Acuérdate que eres alcohólico y de la nada te enfureces. Después de que cenes, les hablas a tus hijos y les dices que venías hambreado, que te traigan sus cuadernos, platicas con ellos...»

Hace veintiséis años, Rosario, salió, más tarde que de costumbre, a regar el jardín de su casa. En eso estaba, cuando un automóvil entró a tal velocidad, destruyendo todo a su paso, que no pudo esquivarlo. Murió en el hospital mientras recibía atención médica.

Tras de veintitrés años sin tomar, Gregory tuvo una recaída.
Al cumplir diecisiete años, su hijo Roberto, que vivía en Durango y andaba un poco mal con su vida, se vino a vivir a Mexicali con su padre. Seis años más tarde, murió.
Se enfermó de tifoidea. Sudado, se colocaba en un lugar estratégico para que le diera el aire de la refrigeración. «No te pongas ahí porque te dará una pulmonía cuata y, te vas al otro mundo». A los ocho días, le dio neumonía y falleció. Sus restos, fueron enviados a Durango.
Los remordimientos se apoderaron de Gregory. Desde que su hijo tenía cinco años de edad, dejó de verlo. «Lo descuidé. Lo tuve de nuevo conmigo sólo seis años, cuando era un joven. Me sentía culpable y volví a tomar. Tomando, pues…»

Buscó información en su memoria.

— Me brinqué una. Cuando mi tercera esposa (Francisca Gaspar Molina),  cumplió cincuenta años, también ese día tomé, pero me la corté luego. Fue rápido.
— ¿Ahora se le antoja?
— No. Estoy limpio.

La muerte de familiares y amigos, le han dejado en su interior un vacío imposible de llenar. «Un vacío no tan grande como cuando se muere la mamá. O el papá. Pero ahí está…» Seguido recuerda a alguno o varios de ellos, al estar solo o conversando con alguien. «No se me olvidan Javier Vázquez, Arturo Caldera, el doctor Ontiveros, el ingeniero Ernesto Soberanes García, Arturo González Vega, Salvador «Chava» Hirales, Mario Hernández Maytorena, Bermudez… «¡Fíjese nomás todos los que se han ido!»
Recordó una anécdota con Salvador Hirales Barrera, con quien llevó buena amistad. Un día le dijo: «¿Le subiste a la tarifa?» «Sí. Le subí un poco», respondió Gregory, «A mí deberías de cobrar más barato porque vengo diario.» «Ven cada mes y no te cobro.»
— Aceptó la nueva tarifa —Gregory soltó una carcajada.
Su hermano Apolonio «Polo» Salas Aguirre, falleció el 14 de julio de 2002. Siempre tuvo el deseo de morir de golpe. Y la muerte le cumplió el deseo. «Murió de un ataque al corazón.»
— ¿Cómo le gustaría morir?
— Aaaaaahhhhhh. Pues… es una de las cosas que no he pensado… Mi hermano decía: «Quiero morir de golpe…». Yo no he escogido la manera. Lo estoy dejando al azar. No he pensado como quiero morir. Lo que no quiero es llegar a que me anden cargando. Morir como sea. No he escogido la forma. Algo que también digo, es que a la «calaca» no le tengo miedo. Un día que hablábamos de lo mismo, un primo dijo: «No le tengo miedo porque si estoy, ella no está y, cuando ella esté, no voy a estar.»
— ¿Cómo ve su vida? ¿Qué piensa de ella?
— He sido muy feliz, a pesar de esas etapas difíciles. El 4 de enero cumplí 79 años. En la vida, todas las etapas le dejan algo a uno. La vida es como una película, como una novela real. La vida es la realidad inevitable.
»Le doy gracias a Dios que me trajera hasta acá. Si no hubiera sido por mi alcoholismo no estuviera aquí, estuviera en Gómez Palacios con aquella familia. Si mi esposa Teresa no hubiera salido tan celosa, que hubiera sido más comprensiva, allá estuviera. Tampoco tuviera los hijos que tengo ahora. Por eso digo que tengo una familia maravillosa. Mi familia creció en número. Si no hubiera venido para acá, cuántos no hubieran nacido. Muchas de las personas que ahora nos reunimos, no hubieran nacido.»
— ¿Qué es para Gregory tener 79 años?
— Aaaaaayyyyyyy ¡Qué bárbaro! Le doy gracias a Dios por haber llegado a esta edad. Para mí es un privilegio, porque tantos son los que se quedan en el camino… Si me preguntan si quiero vivir cien años, les digo que no. ¿Por qué? Porque no quiero ver morir a mis hijos. Prefiero irme primero
— ¿Cuántos años le gustaría vivir?
— Pues… creo que es válido hasta unos 89 o 90 años pero que esté uno bien de salud.

— Hablando de años. ¿A qué se debe que tenga clientes que le sigan por años?
— Primero por el trabajo que uno les hace. Le atina uno al gusto del corte. Siempre trato de cortarle el cabello mejor que la vez pasada. Es la base del éxito. Luego, la plática agradable. Sin querer muchas veces se hace un amigo.
»De repente llega un cliente muy serio. Entonces es un reto hacerlo hablar, hacerlo reír.
»Cuando no se conoce a un cliente porque es nuevo, uno tiene que ser observador y ver cómo va a trabajar. Con las manos transmite uno la capacidad que se tiene para trabajar. Al terminar de atender a esa persona que nunca habló, que estaba leyendo, entonces uno sabe lo que va a decir cuando se ve en el espejo, que está entre lo lógico, pero uno dice adivinar: “¿Siempre está usted en este sillón? ¿Cómo se llama? ¿Trabaja usted nomás por citas? ¿Tiene tarjetas? ¿Me da una por favor?”.
»Luego hablar según al cliente. Si es doctor, diputado, ingeniero civil. Que va uno a preguntar en un momento dado, para aprender más. Un ejemplo: al señor Gastón Luken Aguilar, le pregunto de las finanzas, de sus viajes. Nunca se me olvida que en una ocasión me dijo cómo estaríamos veinte años después y, así fue. Aprende uno mucho.
»Un día también le hice una pregunta a Salvador Hirales Barrera. Fue sobre la inseguridad y recuerdo que me dijo: “Va en aumento. Aquí llega más gente y no hay trabajo, entonces la gente va a robar y con violencia”. Y así es.»
En sus respectivos periodos, atendió a gobernadores de Baja California: Xicoténcatl Leyva Mortera y Eugenio Elorduy Walther. A diputados: Guillermo Aldrete Haas, Enrique Mejía Pancardo y Rodolfo Fierro Márquez. «Aldrete viene de vez en cuando. Rodolfo Fierro, viene seguido. Mejía Pancardo, ha dejado de venir… Mis clientes son de todos los colores. Entrando aquí, los pintamos de caramelo, los colores de la estética…»
— ¿Cuál fue o es su cliente más difícil en el corte de pelo?
— El licenciado Fernando López. Es el pelo más difícil que me ha tocado. Y tengo que trabajarle bien para dejarlo satisfecho.
»Hay otros que no son difíciles en cuanto al pelo, sino que son difíciles ellos. El más difícil, Salvador Hirales (+)… Sin embargo, era buen amigo.»
— ¿Qué opina de la amistad?
— ¡Cuidado! La amistad… La amistad es lo más grande… Es fabulosa porque sabemos cuales son los amigos. Cual es la amistad sincera. Esa es la que veneramos. Cuando se quiere de corazón, no de los dientes para afuera. Esa es la verdadera amistad.

Gregory lee poco, porque el leer le produce sueño. Sin embargo, los libros que ha leído durante su vida, le han dejado alguna experiencia. Los programas de televisión, los usa como terapia para olvidarse de los pagos que tiene que hacer. «Llego a la casa y veo mi novela. Si hay alguna película buena, pues también la veo. Me olvido de todo.»

— ¿Cómo es un día normal de Gregory?
— No me levanto tan temprano como antes. Me levanto a las siete. Hago mis ejercicios. Pongo mi café. Ando por ahí en la casa. Caliento el carro. Mientras me baño, me preparan mi desayuno. Siempre desayuno primero y luego me tomo mi café para que no me haga daño.
»Antes de salir a trabajar, me aviento un cigarrito. Llego al negocio y hasta las tres y media regreso a la casa a comer.
»La rutina era, al terminar el trabajo, visitar un hijo allá por la Lázaro Cárdenas, pero está suspendida por la crisis y el costo de la gasolina. Entonces me voy directo a la casa a ver mi programa favorito. Después veo las noticias. Me duermo a eso de las doce, doce y media.»

Le gusta desayunar huevos con verdura. Avena. A la hora de la comida, puede disfrutar un caldo de res o de pollo. Un bistec ranchero. «Allá de vez en cuando, enchiladas.» Muy a la larga apetece comida china. Su cena consiste en una avena con pan. En ocasiones, una tostada con frijoles y queso. «A esta edad, se cena poco para no tener pesadillas.»

— ¿Qué piensa del amor?
— Es tan bonito que… Cuando uno dura muchos años con una mujer. Se confunde la costumbre con el amor. Hay una canción que dice que el amor nunca muere, eso será para algunos, para mí, sí murió. El recuerdo de mi primera esposa no murió. El recuerdo no muere, el amor sí.
»Cuando vives muchos años con una mujer, la quieres, la amas, pero la costumbre ayuda mucho. Como dice Juan Gabriel, es más fuerte la costumbre que el amor.»
— ¿El sexo?
— Es como una planta de agua, hay que ejercitarla para que no muera… Aunque va a llegar el día en que también… pues truenas… Dicen que todos traemos una cantidad de truenos y, cuando truenas el último… se acabó el sexo.

Entre los momentos más felices de su vida, están su primer matrimonio. El nacimiento de su primer hijo. Su segundo matrimonio y la llegada de sus otros tres hijos. «He tenido unos hijos maravillosos…»
Entre los más tristes: «¡Ah carajo! Primero, cuando murió mi madre. Cuando murió mi papá. Dramático y triste cuando murió mi esposa Rosario en el accidente. La muerte de mi hijo Beto… Después una enferma que tuvimos, hija de mi señora actual, Alejandrita. Tuvo una enfermedad de suspenso. De esas de que a cada rato, que se va y no se va…»

De aquel matrimonio formado por Severo Salas Gómez y Leonor Aguirre Silva, nacieron ocho hijos. Siete hombres y una mujer. Francisco, Gregorio, Apolonio, Octavio, Amanda, Benito, José Luis y Miguel. «Sólo quedamos cuatro: Francisco, Gregorio, Octavio y Miguel».

— ¿Cómo recuerda su infancia?
— Es sencilla de explicar. Fue en Villa Matamoros, pura agricultura. Había árboles frutales. Había lomas, cerros. Nuestra niñez fue con los perros, cada uno de nosotros traía su perro. Resorteras. Nos íbamos a cazar libres con los perros. A cazar  pájaros con las resorteras. A las represas íbamos a matar gallaretas con la onda. Nos íbamos a las lomas con las llantas, nos metíamos en el hueco y a bajar rodando hasta estrellarnos en las casas. Muy bonita nuestra niñez.
«Cayó en mis manos un libro Matar un ruiseñor (una novela de la escritora estadounidense Harper Lee). También hay una película que se llamó así. La hizo Gregory Peck. Esa vida que describen en el libro nos tocó vivirla a nosotros. Nomás que en el libro presenciaron un asesinato. Nosotros no presenciamos ninguno. Esa es la niñez de nosotros. El libro lo compré para que lo leyeran mis hijos y vieran cómo fue nuestra niñez. También les pedí que leyeran el Libro rojo para que conocieran de mi alcoholismo. Les sugerí que lo leyeran.»
— ¿En algún momento se arrepintió de ser estilista?
— Nunca. Porque la vida que lleva un peluquero, ayuda mucho. Se la pasa uno muy a gusto, porque sin quererlo, queremos nuestro trabajo. Cuando uno checa su vida, nos damos cuenta que así fue. Nos damos cuenta que hay que bendecir el trabajo. Hay que bendecirlo porque mucha gente que no tiene trabajo. Dar gracias a Dios porque tenemos trabajo.
Se describió generoso.
— Sí, soy generoso. Eso me viene por mi mamá. Allá en el rancho, ordeñaban las vacas e iban a comprar leche a la casa. Me fijaba de niño que mi mamá, a las personas que no tenían dinero, les regalaba la leche. A las que tenían, se las cobraba. Ahí se me pegó lo generoso que he sido toda mi vida. Es que hay que dar para recibir. Siempre he dado y me doy cuenta, cuando analizo mi vida, que he recibido mucho. Lo que he recibido, es mucho más de lo que he dado. Entonces no reniego cuando doy. En ocasiones uno tiene que fingir que reniega, porque se busca un efecto especial para bien de la persona a la que le das.
»Soy católico. Estoy convencido de que los milagros existen, porque Dios nos hizo, en la familia, varios milagritos. Empezando conmigo. Eh. A Dios siempre le pido salud y trabajo. Cuando llega algo extra, pues mejor.
— ¿Cree en el infierno y en el cielo?
— Creo que en la tierra está todo. Si uno debe algo, aquí, en la tierra, lo paga. El cielo también aquí lo tenemos, porque aquí es donde se puede ser feliz o infeliz.
— ¿Si tuviera oportunidad de platicar con la muerte, qué le diría?
— Le diría —suelta una risa breve—, como Macario… (La película con Ignacio López Tarso y Enrique Lucero). Es la única que es pareja. Es la única que queremos. A la hora que venga será bien recibida. Se quiera o no. No hay otro camino.
»No pues… En realidad no le iba a decir que matara a mucha gente. Le diría que se tardara más en llegar.»
— Si viera a Dios… ¿Qué le diría?
— Lo que sea su voluntad.
— ¿Es rencoroso?
— No. De joven fui orgulloso. Cuando uno entra a Alcohólicos Anónimos, se liman esas asperezas. Esa soberbia que trae uno... Ser celoso, rencoroso, envidioso… Son defectos del ser humano. Ahí me quité esos defectos de carácter. Trata uno de conocerse para poder conocer a los demás.
— Veo que habla de su alcoholismo con normalidad.
— Es que lo veo como… lo comparo con una poesía que hay… Son las raíces de donde vengo… No me gravé la poesía… Da a entender que son las raíces de un árbol.
«No me olvido de lo difícil para poder disfrutar... Es como probar algo amargo y luego algo dulce. Es como el día y la noche… Doy gracias a Dios, por haber sido alcohólico porque, de no ser así, todo lo que he vivido después de mi alcoholismo, no lo hubiera vivido. Entonces, no tengo por qué arrepentirme. No hubiera podido disfrutar esta dicha que tengo ahora. Esa es la realidad.»
— ¿Un Gregory en pocas palabras?
— Gregory es una persona sencilla. Eeehh. Que no le gustan los conflictos. Le gusta todo derecho. No ser envidioso.
»Siempre he tratado de ser el mejor en lo que hago y ser mejor persona. Siempre luchador, no hay que perder el ánimo. Luche por salvar el negocio para que no muriera. Por fin se salvó junto con el trabajo de los socios.
»Alguien dijo: “Si has perdido todo tu dinero, no has perdido nada. Si has perdido un amor, has perdido algo. Si pierdes el ánimo, tienes perdido todo.
»Todo lo que sé, las enseñanzas, las he traspasado. En la familia hay jovencitas estudiantes, sobrinas, ahijadas, que anotan lo que digo. Es pasarles enseñanza.
»También he aprendido que no hay que darle más años a la vida, sino más vida a los años. Eh.
»En realidad, Gregory, fue nomás para darle una fachada al trabajo. Que sonara fuerte el nombre del estilista. Esa la única diferencia que hay con el nombre verdadero.
»Al final, Gregorio y Gregory, son el mismo… Son una misma persona: Gregorio Salas Aguirre…»